lunes, 7 de julio de 2014

Crónicas de la Hermandad Blanca
Primera parte de 2

Ricardo Gonzalez
 
DISCO SOLAR-PAITITI

Este mes de agosto diversos grupos expedicionarios conectarán con lugares de poder de la hermandad blanca, especialmente en el mundo andino. Vibrando en esa energía, compartiré en este artículo un resumen de algunas informaciones que recibimos en Paititi, en 1996. Habla sobre los incas, los lugares de poder, y quiénes son los maestros intraterrenos.


“Treinta y dos están allí de los hijos de la luz,
quienes han venido a vivir entre la humanidad
buscando como liberar de la esclavitud de las
tinieblas a los que estaban atrapados por la
fuerza del más allá...”
Thot el Atlante.
(Tablas Esmeralda)

Nota del autor: Redacté este texto originalmente en 1996. Dos años más tarde lo incluí en mi libro “Los Maestros del Paititi”. La historia que recibí sobre los incas en el Manú, y que investigué en Cusco, ha sido reproducida y mencionada por nuestros grupos de contacto y otros caminantes afines al mismo mensaje. Comparto el texto original, escrito hace más de 15 años, pero vigente y revelador.


El Reino Intraterrestre

He aquí que una fuerza interplanetaria de paz llegó a la Tierra para fundar lo que sería la Gran Hermandad Blanca de nuestro mundo; de esta forma se conseguiría el equilibrio necesario para que el ser humano pudiese continuar con su proceso de evolución. Estos 32 Maestros extraterrestres se ubicaron en galerías subterráneas en una región secreta del desierto de Gobi; desde allí velarían por la “quinta humanidad”, enfrentándose a las fuerzas oscuras que se mantenían perseverantes en su consigna de hacer caer al hombre.

Cada uno de ellos representaba una civilización del espacio. Eran seres sabios y llenos de amor. Ello los calificaba como los más aptos para llevar a cabo la misión de incorporar en nuestro mundo la semilla de la luz. Todo este despliegue de fuerzas superiores venía emanado de lo alto.

Una vez que los Mentores de la Luz se establecieron en sus Salones de Amenti (templos intraterrestres que ya habían sido acondicionados por seres procedentes de Sirio), construyeron un impresionante disco metálico, hecho con una extraña aleación de minerales extraterrestres y de nuestro mundo. Este evento nos trae a la memoria el Oricalco de los Atlantes —descrito por Platón—, un desconocido metal que era muy preciado en la civilización sumergida.

Se trataba pues, del Disco Solar, una llave que abre las puertas entre las dimensiones y que puede “llevar” al planeta entero al Real Tiempo del Universo. Asimismo, el disco representaba al Sol Central de nuestra galaxia, fuente importante de energía que llega a toda nuestra Vía Láctea, bañándola con la transmutadora fuerza de la Luz Violeta.

Debo mencionar, también, que las radiaciones solares o energía Cilial de nuestro Sol, son canalizadas por el poderoso disco de los Maestros. En los mundos evolucionados, se aprovecha al máximo el poder de las estrellas. Lamentablemente, en algunos casos, este conocimiento degeneró en nuestro planeta. El procedimiento original sería luego confundido con un culto a la forma, pero que encierra un recuerdo ancestral de naturaleza cósmica. El Disco Solar se constituiría en el santo emblema de la Hermandad Blanca, representado gráficamente con la figura de tres círculos concéntricos: los tres planos, los tres universos, la trinidad sagrada y la ley del triángulo.

No obstante, la Jerarquía venida del espacio sabía que no podría prolongarse indefinidamente en sus cuerpos físicos. Habría que dejar una “posta”, para así poder perpetuar la noble tarea.

Entonces los 32 Mentores de la Luz vieron en los Estekna-Manés o mestizos, que habían sobrevivido a la destrucción de la Atlántida, el reemplazo perfecto. Así, luego de confiarles la magna obra, les entregaron el Disco Solar, que sería colocado en un templo subterráneo cerca al actual lago Titicaca.

Ciudad Eterna

Este lugar era llamado “Ciudad Eterna”, la antigua Wiñaymarca del gran Huyustus, el primer Gran Maestre de “los sacerdotes salvados de las aguas”. Para nuestra suerte, aún podemos rastrear la historia de aquel empolvado tiempo. Por ejemplo, Kitari, uno de los más grandes quipucamayocs del incanato —aquellos que guardaban los archivos históricos del Imperio—, nos cuenta que Huyustus era un señor poderoso, rubio y de ojos azules... Hoy en día los pescadores del Titicaca —en el lado Boliviano— recuerdan la historia de la antigua Wiñaymarca, la morada de los gigantes y la magia. El mismo Pedro Cieza de León (reputado cronista español), recogió un dato interesante: cuando los incas llegaron a Tiahuanaco —que es parte de lo que fue Ciudad Eterna— hallaron a la misteriosa ciudad en ruinas1 , lo cual ya nos indica qué tan antigua era...

Por otro lado, el inca Garcilaso de la Vega escribía en sus Comentarios Reales (1609) que un hombre apareció en Tiahuanaco cuando “cesaron las aguas”2 , lo que también nos hace recordar la migración de los sobrevivientes atlantes hacia la cordillera de los Andes.

Sobre la existencia de los gigantes, no nos debemos sorprender en lo absoluto, por cuanto los cronistas antiguos hacen amplia referencia a ellos. De igual forma, en todas las culturas, encontramos claras alusiones a seres de gran estatura. En la India se habla de los Dânavas y los Daityas; en Ceilán de los Râksharas; en Grecia hallamos a los legendarios Titanes; Caldea, por su parte, mantiene en su memoria la existencia de los Izdubars (Nimrod); los Judíos los Emins de la tierra de Moab. Y así podríamos continuar ya que la lista es larga. Además, por si el lector aún tiene dudas, existen fósiles de los gigantes, los mismos que alcanzan una estatura de 3.75 a 4.00 metros. Los antropólogos han acuñado el término de “gigante pithecus” y “megatropo” para identificarlos. Recordemos tan sólo el hombre del sur de China, Java y Transwaal.

Las leyendas incas mencionan a estos gigantes una y otra vez. En el Perú antiguo, por ejemplo, se afirma que en tiempos del incanato hubo una llegada masiva de gigantes en las costas de Lambayeque (!). ¿Quiénes eran? ¿De dónde venían? ¿Tenían relación con la Atlántida?

El gigantismo de algunos atlantes se debía a la hibridación con seres extraterrestres de gran estatura; así se transmitió el código genético necesario para que ello sucediese. En la Biblia, así como en otros textos sagrados, existen diversos relatos de la unión de “los dioses” con las hijas de los mortales. Por ejemplo, puedo citar algunas líneas del Génesis que de seguro nos harán reflexionar sobre nuestro pasado cósmico:

“Aconteció que cuando comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la faz de la Tierra, y les nacieron hijas, que viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas...”

Y el Génesis también afirma:

“Había gigantes en la Tierra en aquellos días, y también después que se llegaron los hijos de Dios a las hijas de los hombres, y les engendraron hijos. Estos fueron los valientes que desde la antigüedad fueron varones de renombre...” 3

Una vez que los Maestros extraterrestres depositaron en manos de los sacerdotes atlantes el Disco Solar, criogenizaron sus cuerpos, dejándolos en estado de animación suspendida. Sus espíritus estarían desenvolviéndose en otros planos y dimensiones para continuar y vigilar desde allí el proceso de iluminación de la humanidad. Sus cuerpos, y la gran nave blanca en la cual vinieron, aun permanecen bajo las impenetrables arenas del desierto de Gobi, allí donde ninguna presencia humana se ha acercado...

Nota del autor: Luego del viaje al Gobi de 2007, se nos confirmó la existencia de la nave y los 32 cuerpos criogenizados. Fueron trasladados desde el gran desierto mongol a una montaña sagrada en Siberia, llamada Belukha, en la cordillera del Altai.


La semilla de la civilización

Mientras esto ocurría, algunos de los Estekna-Manés dejarían su morada subterránea para contribuir con el desarrollo de los Proyectos de Civilización. Ello sucedió por designio de los Mayores, para que así se inicie la “quinta raza”, la actual humanidad. El apoyo de los Estekna-Manés se daría sólo en un principio, procurando no alentar dependencias y manteniendo en el más absoluto secreto las entradas al reino intraterrestre.

África, Centroamérica y Sudamérica —entre otras regiones del mundo— fueron los lugares elegidos, impulsándose en forma asombrosa el desarrollo de las culturas que se encontraban en proceso de nacimiento. Es por ello que en la historia antigua encontramos la sospechosa presencia de “héroes civilizadores”; por ejemplo, en el valle del Nilo el Estekna-Manés “Adris Segundo” o “Thot el Atlante” (conocido también como Hermes Trismegisto), contribuyó significativamente en el estudio de las leyes del Universo. Muchas escuelas esotéricas hallan sus raíces en la sabiduría de Thot, incluso a él se le suele atribuir la invención de la escritura jeroglífica, de la ciencia y las artes. Es bien sabido por los estudiosos que Pitágoras, Empédocles, Arquelao, Sócrates, Platón, Aristóteles, Hipócrates, Demócrito, y otros respetables sabios, sacaron su ciencia de los escritos de Hermes o Thot, dados a conocer por los sacerdotes de Egipto4 .

Existen antecedentes de la sabiduría atlante en África; sin embargo, ante los claros indicios, muchos arqueólogos han creído toparse con una interesante ficción; es decir, no le dan crédito a aquello que consideran “fantástico”. Así tenemos el caso del papiro Satni Khamoi, donde se habla de un personaje llamado Neferkeptah que pretendía conquistar un libro de magia escrito por el mismísimo Thot utilizando para ello un grupo de androides (!).

Nos encontramos ante el extraordinario testimonio del pasado, donde un grupo de sabios, guiados por los designios del Plan Cósmico, ayudaron a los pueblos a crecer y consolidarse como importantes culturas. La Gran Hermandad Blanca nos ha hablado de ello, y esto nos motiva a dirigir nuestra acuciosa mirada hacia Viracocha, Quetzacoatl, Kukulcán y otros sugerentes “dioses evangelizadores”.

En el caso concreto de Kukulcán, es atrayente saber que durante las investigaciones realizadas entre 1949 y 1952, el arqueólogo mexicano Alberto Ruz Lhuillier descubrió en el Templo de las Inscripciones, en Palenque, una cámara funeraria que contenía una losa monolítica de 3.80 metros de largo y 2.20 de ancho. Lo interesante es que la losa tiene unos misteriosos grabados que representan al Señor Pacal —asociado por los estudiosos con la enigmática figura del “dios” Kukulcán— y, para sorpresa de muchos, Pacal aparece en el grabado manipulando una especie de máquina que se asemeja a un cohete de propulsión5 .

La ayuda de los Maestros siempre estuvo allí, cerca nuestro. A consecuencia de la destrucción de la Atlántida, ellos conformarían una imponente civilización subterránea, constituyéndose como los herederos de la magna obra iniciada por los 32 Mentores de la Luz. Inicialmente, la Gran Hermandad Blanca de nuestro mundo se hallaba conformada por seres extraterrestres la primera generación. Luego por mestizos Estekna-Manés o segunda generación que sintetizaban en su cuerpo físico los códigos genéticos de una raza venida del espacio y otra que creció en la Tierra. El final es sencillo de adivinar: el hombre la tercera y última generación asumiría la posta final, ya que él mismo, y nadie más, tiene la responsabilidad medular de la evolución planetaria. Por ello la Jerarquía se “humaniza” conforme se van cumpliendo los designios del Plan Cósmico.

Al reflexionar sobre esta importante misión del ser humano, aparece en nuestra mente aquella frase tan repetida por los Guías extraterrestres: “Sólo el hombre puede salvar al hombre”, y ello también implica a la humanidad interior que llevamos dentro, esperando surgir en medio de una crisis de valores que nos amenaza con aprisionarnos y, finalmente, destruirnos.

El proyecto inca


Ciudad Eterna se mantuvo activa por miles de años. Su maravillosa arquitectura se erguía desde las galerías intraterrenas hasta sobrepasar la helada superficie andina, mostrando sus colosales paredes y sus finos grabados en la roca. Este centro espiritual, la legendaria Wiñaymarca que otrora se mantuvo resplandeciente en las cercanías del lago sagrado, cobijó a una estirpe de sabios, herederos de un conocimiento antiguo y de una noble responsabilidad. Así era Ciudad Eterna, cuyo único testimonio se ampara en las leyendas y en las ciclópeas ruinas de Tiahuanaco.

No obstante, su conformación pacífica e inofensiva la transformaría en un blanco sencillo para los aguerridos pueblos que habían surgido. Ante la amenaza, los Maestros pusieron a salvo el Disco Solar, y sellaron la entrada del templo subterráneo que lo albergaba. Los invasores nunca encontrarían el recinto secreto, aunque llegaron a dar muerte a varios sacerdotes de la ciudad.

Uno de los descendientes directos de Huyustus —quien fuese el primer Gran Maestre de Wiñaymarca— se dirigió hacia una isla del gran lago sagrado. Él sabía que en aquel lugar (la actual isla del Sol en Bolivia) se encontraba un antiguo túnel que le ayudaría a escapar del peligro inminente. Este hombre, hábil e inteligente, sería conocido más tarde como Manco Cápac o Ayar Manco.

Manco Cápac comprobó que muchos hombres se hallaban en estado de barbarie, y lejos de sentir rechazo hacia ellos, se apiadó del ritmo tan violento que llevaban. De esta forma, guiado por una fuerza superior, decidió ayudar a aquellos pueblos para que conociesen la luz de la civilización. La Confederación Galáctica respaldaba las intenciones de Manco Cápac, otorgándole el apoyo necesario para iniciar lo que se denominaría Proyecto-Inca. Cabe mencionar que Manco Cápac no estaba solo. Ayudado de su hermana de sangre, quien es mencionada en las leyendas andinas como Mama Ocllo, iniciaron el proyecto. Ambos, siendo muy niños, ya habían sido preparados por seres extraterrestres para tal cometido. Este detalle tampoco nos debe escandalizar, al menos si escuchamos la historia de Orejona, una visitante de Venus que se afincó en el Titicaca, donde se unió con un campesino llamado Toma. Las crónicas de aquella época hablan de ello. Existen muchos antecedentes de una posible visita extraterrestre en Perú y Bolivia.

El proyecto de sembrar las bases de una nueva civilización se llevaría a cabo en el Qosqo (Cusco), lugar magnético que reunía las condiciones para servir de escenario a una elevada cultura. El resto de la historia ya se conoce: el resultado fue el gran Imperio del Tawantinsuyo.

Gracias a un antiguo conocimiento, se conquistaron las difíciles cimas de la cordillera de los Andes, construyendo en sus flancos, soberbios caminos, templos y fortalezas de piedra que aún hoy en día serían difíciles de imitar. Los primeros tiempos de lo que podríamos llamar la “segunda dinastía Inca” —la primera corresponde a Tiahuanaco, con los “Apu Cápacs”— transcurrieron con suma felicidad, paz y abundancia. No pasaría mucho tiempo para que Manco Cápac revelara la existencia del Disco Solar. Así, antes de su muerte, le confió a Sinchi Roca —su sucesor— la entrada secreta al recinto subterráneo que se hallaba a orillas del Titicaca, conocido antiguamente como Mamacota o Puquinacocha (“lugar del origen”). El disco fue hallado y de inmediato fue trasladado al Cusco, donde se construiría el Qoricancha , el templo de oro dedicado al astro solar. Esta escena nos recuerda irremediablemente el Templo de Salomón y el Sancta Sanctorum donde se custodiaba el Arca de la Alianza. Lamentablemente, la sangre guerrera de los incas empezaría a surgir con violencia y descontrol. Guiados por Sinchi Roca —curiosamente Sinchi significa “guerrero”— llevaron a cabo un plan que procuraba expandir el Imperio más allá de los límites conocidos; ello se lograría a costa de encarnizadas luchas y prolongados enfrentamientos con los pueblos aledaños que, más tarde, se hallarían sometidos ante la poderosa mano del Inca. Éste era tan sólo el inicio de la expansión, que más tarde sería frenada y finalmente destruida con la llegada de los conquistadores españoles: era el final que el propio Imperio del Sol había decretado. Es interesante y, al mismo tiempo triste, comprobar cómo las grandes civilizaciones “atraen” su destrucción al desviar el camino y romper el equilibrio que establecen las leyes cósmicas.

Sin embargo, en esta ocasión, la Gran Hermandad Blanca no se hallaba al margen de estos acontecimientos.

Del centro principal de la Jerarquía, construido bajo tierra en las selvas de Madre de Dios —luego de la destrucción de la Atlántida— llegaron tres emisarios al Imperio, advirtiendo el desenlace fatal que se aproximaba. Los Amautas8 sabían que los enviados del reino intraterrestre se hallaban en lo cierto, ya que diversas señales que habían venido observando apuntaban a un final del Imperio Inca. Un ocaso profetizado. Entonces, luego de que se marcharon los emisarios, los ancianos quipucamayoc del Imperio escondieron todos los archivos que pudieron reunir de la cultura andina; de igual forma llevaron al Disco Solar hacia un lugar seguro. Un disco fabricado en oro puro, idéntico al original, sería puesto en reemplazo en la pared del templo interior del Qoricancha —esto para no despertar sospechas—. Ello sucedía secretamente, ya que los emisarios se presentaron sólo a un grupo de sabios, en quienes depositaron la responsabilidad de resguardar el conocimiento Inca y el sagrado Disco Solar. Nadie más podía saber lo que muy pronto ocurriría. Es interesante saber que el galeón español que se llevó la réplica del Disco Solar nunca llegó a su destino. Es bien sabido que muchas embarcaciones que llevaban oro a Europa naufragaron, y otras fueron presa de terribles pestes que ocasionaron gran mortandad en la tripulación. Todo ello sucedió como por arte de “magia”.

En 1533, con la peregrinación de Choque Auqui hacia la selva, el verdadero Disco Solar y los archivos habrían sido puestos finalmente a salvo. Se dirigían precisamente allí, al Antisuyo mítico el Este selvático donde “salía el Sol”, porque los incas sabían muy bien de la existencia de una ciudad de “dioses”, muy antigua, y sólo comparable en esplendor con el Qosqo; es por ello que del quechua Paykikin Qosqo (parecido al Cusco) vendría la palabra “Paititi”.

Nota del autor: a partir de un contacto físico en 2001, se nos amplió esta información. El Disco Solar de Paititi “coordina” y “enlaza” energéticamente a otros doce discos de poder, repartidos en lugares estratégicos de fuerza en las Américas, desde Mount Shasta en California hasta la Península Antártica. Lugares como Roraima (Venezuela), Guatavita (Colombia), Titicaca (Bolivia), o Sierra del Roncador (Brasil), son algunos de los templos internos que protegen esas sagradas herramientas. Debo añadir que en agosto de 2005, se recibieron nuevos mensajes confirmando la existencia de otros discos, que complementarían este despliegue de elementos para crear una red de fuerza alrededor del planeta y garantizar su tránsito hacia un Real Tiempo del Universo.

Quizá sea difícil aceptar todo esto, y aun más si nuestra mente se encuentra congestionada de sólidos paradigmas históricos. Pero en verdad, no importa si creemos o no en esta apasionante historia. Lo que realmente interesa es el mensaje que se encuentra plasmado en la desaparición de las antiguas civilizaciones. Ahora comprendemos por qué los Guías y los Maestros se encuentran tan pendientes de nuestro avance espiritual y toma de conciencia; también queda claro la prudente distancia que mantiene la Jerarquía, evitando intervenir ahora, directamente, en los acontecimientos. Ciertamente, el ser humano se halla en un punto donde puede estancarse una vez más, o franquear finalmente las puertas de una dimensión superior.

Desde un inicio, los Guías insistieron en la necesidad de recibir un conocimiento que aseguraría el tránsito de la humanidad hacía esferas superiores de evolución. Nosotros, que veníamos de una intensa jornada en busca de nuestro propio Paititi interior, entendimos la importancia de “saber”. Ahora conocíamos un poco más sobre el Paititi; y también un poco más sobre nosotros mismos.

Un lugar remoto y protegido


La llacta santa de Quañachoai —como denominan los hombres Q‘eros al Paititi— sólo abrirá sus puertas cuando los requerimientos del Plan Cósmico así lo dispongan. Nadie podría profanar el centro espiritual de los Paco-Pacuris o “Guardianes Primeros”, ellos saben muy bien que el antiguo conocimiento, depositado en manos equivocadas, atraería una nueva y descomunal destrucción, como las que hundieron a la Atlántida y a Mu. La ciudad estaría entonces en un lugar casi inaccesible, concentrada en el subsuelo y rodeada de una exuberante vegetación selvática que, cual pared de contención, evitaría que la persona incorrecta se aproxime. Ni siquiera los incas, con su amplia experiencia en arriesgadas expediciones, pudieron ingresar al reino secreto, salvo aquellos que posteriormente reunirían las condiciones como para lograrlo. Con ello me refiero a la peregrinación de Choque Auqui, el último inca secreto, quien sintetizaba en su persona los más elevados ideales de un Imperio que conoció por desdicha su holocausto.

Un misterioso cañón marcaría los límites entre el retiro de los Maestros y el mundo exterior. La naturaleza cobraría “magia” al cruzar el otro lado de este umbral natural, cual hechizo ancestral que prueba la firmeza del aspirante, seduciéndole a abandonar la hazaña. Ciertamente, aquel que se funde con la naturaleza, se ve libre de todo obstáculo. Incluso se le “abren” las puertas para dar finalmente con una de las entradas que le conduciría a un mundo inimaginable, y del cual, posiblemente, ya no podría regresar...

La actual humanidad aún no está preparada para develar el secreto del Paititi y del mundo subterráneo.

Además de todo esto, en la remota región selvática moran otras dificultades, como por ejemplo, la presencia de una presunta tribu de antropófagos que no vacila en ultimar a aquellos que van a buscar oro o a profanar los lugares sagrados. Pero sobre este punto es apenante observar cómo algunos exploradores han asociado equivocadamente a los pacíficos indios machiguengas con la tribu salvaje antes citada.

En una conocida revista limeña, salió publicado hace unos meses un artículo titulado “La saga de los exploradores perdidos” en agosto de 1996, mientras nosotros nos hallábamos en expedición al Paititi. En el artículo se mencionaba la desaparición de Robert Nichols, quien se aventuró en el Manú para encontrar la legendaria El dorado. Más tarde, las fotografías del japonés Y. Sekino sacudieron el misterio al mostrar a unos machiguengas con las gruesas medallas de los exploradores perdidos, colgadas como un trofeo en el cuello. Según Sekino, ellos dieron muerte a Nichols y a sus acompañantes…
Con tristeza leímos el reportaje, ya que uno de los indios que aparecen en la fotografía es nada más y nada menos que “Pancho”, aquel amigo que ha acompañado numerosas expediciones de nuestros grupos de contacto. Obviamente que ello no fue así; quienes conocemos a los machiguengas podemos sostener que son amigables y bondadosos. Quizá las medallas fueron un regalo. No sería raro que mientras escribo estas líneas algunos de los machiguengas estén utilizando los coladores y utensilios de cocina que humildemente les obsequiamos, así como diversas prendas de vestir. Los machiguengas son conocedores del Paititi, y sólo Dios sabe cuántas personas habrán pasado por su aldea rumbo al Pantiacolla. Recordemos que es un camino que no se encuentra libre de dificultades.

Ya desde tiempos del incanato se hablaba de los Musus —tribus guerreras denominadas “Mojos” por los conquistadores—, quienes habitaban en las selvas del Manú, ofreciendo una gran resistencia a la expansión territorial de los incas. Al parecer, las expediciones españolas que más tarde se realizarían al Antisuyo incaico correrían la misma suerte.

Cabe mencionar que los Guías nos han dicho en experiencias muy concretas que en las cercanías del Paititi existe una desconocida tribu selvática (!). El mismo Alcir nos revelaría también la existencia de una “gran cultura selvática”, que ha dejado como testimonio diversas construcciones de piedra en la jungla. El anciano Maestro nos afirmó que, en un futuro, nosotros mismos descubriríamos parte de estas edificaciones...

Es necesario aclarar que podríamos estar ante “tres formas” del Paititi: la primera podría indicar posibles construcciones incaicas en las selvas del Manú, fruto de los intentos de expansión territorial hacia el Antisuyo; la segunda señalaría construcciones de un imperio selvático, cuyos verdaderos orígenes aún nos son desconocidos; y la tercera, se refiere al Paititi subterráneo, sin duda el original y el más antiguo, sede física de los sobrevivientes de la Atlántida. Sobre este Paititi me refiero esta obra.

El Paititi irradia su propia energía, cual foco de iluminación que aclara el camino y despierta a las mentes dormidas. Así, esta radiación produce desordenes electromagnéticos en los helicópteros que han querido acercarse a la zona. Incluso se sabe de los efectos que producen estas extrañas vibraciones en las brújulas; así también, no es menos interesante la densa niebla y las espesas nubes que “esconden” al retiro; nosotros lo comprobamos, y hoy sabemos que este curioso detalle tiene un origen artificial…

Es impresionante observar cómo la Jerarquía mantiene protegido el monasterio intraterreno; nadie puede acercarse, sólo aquel que ha sido “invitado”. Naturalmente ahora que conocemos algunos de los ingeniosos sistemas de protección del retiro, nos podría brotar la siguiente pregunta: ¿Por qué tanta prudencia y afán en evitar el arribo de algún extraño?

RICARDO GONZALEZ

Mañana segunda y última parte.
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